miércoles, 29 de septiembre de 2010

La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares o el texto como prolija y lúdica red de relaciones literarias.




Notas de lectura de Wladimir Márquez
University of Colorado at Boulder

La invención de Morel se publica por primera vez en el año de 1940. La fecha es por de más significativa, toda vez que se suele decir que esa década marca el momento en el cual la corriente indigenista y regionalista (cabría decir, la novela social latinoamericana) alcanza el pináculo de la parábola de su desarrollo y comienza, entonces, su lenta decadencia. Aquello que señala el inicio de este declive de la novela regionalista puede decirse que es la publicación de El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría en 1939, y el punto final del arco temporal de este declive, de esta decadencia, lo constituye la aparición de la primera novela de Augusto Roa Bastos, Hijo de Hombre, en 1960. El que llama la atención acerca de este fenómeno es, primeramente, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal en su libro El juicio de los parricidas (1956); poco más tarde, Ángel Rama se hará eco de las ideas de Rodríguez Monegal en distintos ensayos, pero sobre todo en su libro Novísimos narradores hispanoamericanos en marcha (1964-1980), el cual fue publicado en México en 1981. A partir de las observaciones de los dos críticos uruguayos se comienza a utilizar el calificativo de nueva novela, nueva narrativa para denominar a este emergente fenómeno que desafiará la hegemonía de la novela regional y su credo de acuerdo al cual una novela será importante en la historia cultural de su país en tanto y en cuanto se postule como un artefacto artístico de significación nacional, síntesis de muchas aspiraciones patrias. Así pues, vale la pena llamar la atención acerca de cuanto sucede alrededor de esta década en la historia literaria latinoamericana. De 1935 es La última niebla de María Luisa Bombal, y de 1938 es La amortajada; De 1940 es La invención de Morel; poco antes, en 1939, Juan Carlos Onetti publica El Pozo; en 1944 tiene lugar la publicación, como un volumen completo de cuentos, de Ficciones de Jorge Luis Borges. De ese mismo año, 1944, es Sombras suele vestir de José Bianco. En esa misma década, hacia el final ---y ambas en el mismo año--- se publicarán Adán Buenos Ayres de Leopoldo Marechal y El túnel de Ernesto Sábato (1948); un año más tarde, 1949, verá la luz El Aleph de Jorge Luis Borges. Se inicia así una etapa de crisis, de ruptura, en la cual tiene lugar la renovación de las formas narrativas. Emir Rodríguez Monegal llama a esta generación la de los parricidas, habida cuenta de una cierta vocación iconoclasta, contestataria. Esta generación parricida hace a un lado, se sustrae irónicamente de la obligación de orientar la literatura hacia lo que Monegal llamaba el engagement ---que postulaba la existencia de una política de la literatura--- y hace una opción decidida por otras formas de compromiso ya específicamente artísticas: el engagement es, ahora, con la creación literaria misma, con el lenguaje, con la estética y la poética.

En su prólogo, Jorge Luis Borges afirma que La invención de Morel es perfecta, es decir, que su trama es perfecta por que en ella no hay cosa alguna que no esté plenamente justificada. En ese prólogo Borges realiza la vindicación de la novela de aventuras, esto, en contra de la novela psicológica que desecha el placer de las aventuras como algo “inexistente o pueril”. Argumenta Borges que la novela psicológica ---de la cual su más ejemplar forma es la novela rusa--- pese a su deseo de ser, también, realista, da lugar a tipos increíbles: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, (…) delatores por fervor o por humildad”. Por otro lado, los argumentos y tipos psicológicos de la novela de cuño realista son, también, poco convincentes y sólidos. En último caso, aquello que a Borges le parece más deleznable del tipo de novelas, que está en boga entre la segunda mitad del Siglo XIX y los primeros 40 años de su siglo, es el hecho de que nos obligue a olvidar su carácter de artificio verbal y se proponga, forzosamente, como una transcripción de la realidad, en detrimento de todo lo demás que lo convierte en arte. La novela de aventuras, en cambio, “es un objeto artificial que no sufre ninguna parte injustificada”. Este género, como el policial, incapaz de crear nuevos argumentos, sí que es capaz de urdir tramas admirablemente rigurosas e interesantes en las cuales lo que brilla es el arte verbal, la invención. Esta defensa de Borges de los géneros para-literarios plantea una paradoja que queda así postulada: la subliteratura, el recurso a géneros de alta legibilidad provenientes de la “baja cultura” es lo que hace posible desautomatizar las operaciones de lectura y creación de la literatura (la gran literatura). La literatura, con mayúsculas, encuentra un nuevo aliento, se refresca merced al contacto y comercio con su hermana bastarda: la subliteratura.

Es así como La invención de morel puede postularse como una relectura creativa y productiva de la literatura (y la subliteratura). Podríamos decir que La invención de Morel es un libro de libros. La novela de Bioy Casares, por la vía de sus filiaciones y, también, de las relaciones irónicas que establece con el canon literario latinoamericano, así se puede leer: como un libro que teje prolijamente una red de relaciones literarias. En esta red de relaciones literarias se ve favorecida la concepción de la literatura como acto lúdico. La literatura es un juego en tanto y en cuanto su práctica y el sentido de ella se hallan en ella misma.

Lo primero que salta a la vista en la novela de Bioy Casares es el hecho de que la novela establece una relación irónica con el género de la novela de la tierra o novela regionalista. Son varios los indicios que apuntan en esta dirección. Primeramente podemos señalar que La invención de Morel es el relato de una huida; esto nos hace pensar inmediatamente en La Vorágine de José Eustacio Rivera; en esta huida el personaje emprende un viaje a una zona desconocida, al margen del mundo “civilizado”. Asimismo, en ambos relatos (el de Rivera y el de Bioy) encontramos el tropo del manuscrito hallado y trabajado luego por un editor. Finalmente, merece la pena señalar que el narrador de la novela de Bioy es venezolano y ello parece querer proponer un dialogo con la obra de Rómulo Gallegos. Valga decir al respecto que el protagonista (narrador) de La invención de Morel es un letrado que sufre una persecución política, lo que en último caso se puede conectar con esta pulsión o impulso de significación patriótica tan caro a la novela regionalista. Podríamos pensar, entonces, que la relación entre La invención de Morel y la novela regionalista es contrastiva y pugnaz; sin embargo, es interesante hacer notar que hay un diálogo, un diálogo desplazado e irónico. El narrador (epítome del letrado decimonónico latinoamericano) se precipita continuamente en el ridículo, es tremendamente cursi. El narrador recurre constantemente al clisé romántico para hablar de la patria, de la dama, de la experiencia del exilio. El narrador que construye Bioy casares es un narrador cursi. Hay abundantes pruebas de que Bioy está riéndose de su narrador. El narrador no es un personaje cosmopolita y refinado. En ese sentido cabe señalar que el narrador, en la novela, nos presenta a consideración dos obras: el manuscrito que leemos y el cuadro floral que le presenta a Francine; en la segunda, hallamos algo que es, sin lugar a dudas, tremendamente kitsch. En el inicio de la novela, en su “relación” con Francine, el narrador es puesto siempre, deliberadamente, concientemente, en el límite del ridículo, pero no llega a caer en él. Es como si la caricatura de este narrador estuviese implícita y fuese vertebral a la lógica del relato.

Siguiendo esta lógica de relecturas creativas e irónicas, cabe mencionar, asimismo, que La invención de Morel es un relato sentimental sometido a relectura creativa. La novela de Bioy Casares es el relato de un amor imposible; es el relato de un hombre que ama sin ser correspondido y acaba suicidándose por ello. El hecho de que el narrador se grabe en el disco en el cual está Francine para perpetuarse junto con ella en impenitente contemplación y con renuncia de su vida, es lo que hace posible que leamos a La invención de Morel como una novela sentimental de linaje pre-romántico. El Werther de Goethe o el Adolphe de Benjamin Constante son dos referencias a partir de las cuales podemos establecer esta conexión con la novela de Bioy Casares.

En el prólogo, Borges señalaba la pertenencia de la novela de Bioy Casares al linaje de novelas de aventuras. Esto se rige por una lógica irreprochable. Las novelas regionalistas suelen ser relatos de frontera, tanto como lo son los relatos de aventuras. Valga señalar al respecto que la novela regionalista produce placer en el lector merced a esta filiación con el relato de aventuras; en ese sentido podemos pensar, por ejemplo, en La Vorágine de Rivera como un viaje a las profundidades de la frontera colombiana y La invención de Morel como un viaje a las fronteras del mundo conocido de Occidente.

No debe escapar de nuestra atención que el género con el cual la novela de Bioy Casares establece la más productiva de las relaciones es el de la novela de Ciencia Ficción. La novela de Bioy Casares retoma el tropo de la creación artificial de la vida que podemos ver en la novela Eva Futura de Villiers de L’isle Adam y el cuento “Olimpia” de E.T.A. Hoffman. El motivo de la creación artificial de la vida está ligado a la reproducción biológica, y éste a su vez es índice de una cierta forma de pensar las relaciones con los otros: de lo que se trata es de ir más allá de los sistemas de filiación tradicionales, sustituir a un tiempo, trascendiéndolas, a la biología y a la sociedad. Todo esto equivale a afirmar la preeminencia del individuo por encima de estas fuerzas extrañas. Este motivo del individuo que se coloca a sí mismo por encima de las fuerzas naturales y sociales se puede vincular, también, a la experiencia artística. Morel, en más de un sentido, es un autor. En ese sentido, resulta interesante pensar que tanto el Morel personaje como el narrador, en su calidad de autores, acaban siendo parte del universo (re)presentado; es como si en lugar de personajes en busca de autor, tuviéramos a autores en búsqueda de un universo ficticio en el cual habitar para siempre. La distancia entre el autor y el mundo representado, las fronteras entre un mundo y otro se hallan borradas. El autor es un Dios que, además de crear vida, es omnipresente.

Otro asunto importante a partir del cual podríamos pensar La invención de Morel es el del arte en la era de la reproductibilidad técnica. Walter Benjamin señalaba que en la era de la reproductibilidad técnica, desde la aparición de la fotografía, la relación que establecemos con los objetos es otra: se ha perdido el aura de los objetos de contemplación estética. Ahora, si convenimos en que el artificio óptico creado por Morel problematiza el tema del original y la copia, hemos de aceptar, entonces, que el universo proyectado no es una mera copia del original –que actúa en detrimento del aura--- es su simulacro. Pero se trata de un simulacro hiperreal, que mejora el original. En la novela se postula, con respecto a las proyecciones, que éstas no suponen la pérdida de algo, antes por el contrario se propone que alejándonos de lo perdido (el original) se puede alcanzar la plenitud. Esta idea va a contracorriente de las que dominan el pensamiento logo-céntrico de Occidente. Valga agregar, en apoyo a esta idea, que los personajes que forman parte del universo proyectado en la isla son mejores que la realidad porque, además de ser eternos, son felices para siempre. Esto nos lleva a pensar la vida como una suerte de espectáculo en el cual la proyección del deseo, la experiencia del ethos hedonista resulta vertebral. La inmortalidad de esa semana en la isla, entonces, es sensual, no es metafísica, ni trascendental.

Pensar La invención de Morel en el contexto de su momento de producción y considerando su opción por salirse del orden de la reproducción biológica, del orden de la familia, del orden de la política y la sociedad resulta sumamente interesante. La invención de morel , sin duda, interpela, pone en entredicho distintas formas de filiación (la familia, la reproducción biológica) y de afiliación (la política, la sociedad). La invención de Morel ---y también La Amortajada de María Luisa Bombal, que mencionábamos al principio--- nos muestran que se puede pensar al sujeto más allá de la filiación y la afiliación, tan importantes para el momento de producción de ambos textos ---La Segunda Guerra Mundial. La filiación y afiliación constituyen algo de capital importancia en la construcción del mundo nuevo: ser judío, ser fascista, comunista, etc. es el espacio desde el cual se puede enunciar la utopía, la posibilidad de construir el mundo nuevo. En esta época de gran convulsión política en la cual los grandes co-relatos, las grandes utopías surgen, estas novelas proponen una suerte de utopías privadas en las cuales se favorece un estado de plenitud libidinal, una suerte de estado erótico perpetuo ---la semana plácida repitiéndose, La Amortajada en perpetua conexión con la madre tierra. Este estado de placer perpetuo, que tiene que ver con la experiencia sensorial, supone darle la espalda a la responsabilidad, a las obligaciones, a la trascendencia (entendida en términos sociales y religiosos). Todo ello implica salir de la historia (y aún de la sociedad), lo cual, en último caso, comporta salir de la ley. Ahora bien, es necesario reparar en el hecho de que la ley se halla inscrita en el yo, en la conciencia, y estas novelas proponen esta sustracción del imperio de la conciencia. Curioso pensar que esto se habrá de conectar, décadas más tarde, con la postmodernidad: no hay trascendencia, lo único que parece haber es la existencia para sí en un mundo cosmético en donde la apariencia todo lo domina.